Miguel de Carrión de Cárdenas (1875-1929). Médico, pedagogo, periodista y narrador cubano. Es representante cimero de la novela naturalista de las primeros años del siglo XX.
Nació en La Habana el 9 de abril de 1875. Realizó los primeros estudios en su ciudad natal y se graduó de bachiller en 1890. Ingresó en la Escuela de Derecho, pero debido a sus actividades revolucionarias tuvo que abandonarla al estallar la guerra de independencia en 1895. Por causa del conflicto bélico emigró a los Estados Unidos, donde más tarde monta un negocio de billar y escribe sus narraciones. Regresó a Cuba en 1903. Dos años después, formó parte de la Asociación de Biología y, en 1908, se graduó de médico e ingresó en la Sociedad de Estudios Clínicos de La Habana. La Junta Rectoral de la Universidad de La Habana le adjudicó la Ayudantía Facultativa del Departamento de Rayos X, adscrita a la Escuela de Medicina. A partir de 1913, prestó servicios en la Asociación Cubana de Beneficencia, hasta que, en 1917, ganó por oposición las cátedras de Educación Física, Juegos y Deportes, y de Anatomía, Fisiología e Higiene en la recién creada Escuela Normal de La Habana.
En 1903, fundó la revista especializada Cuba Pedagógica, en la que permaneció hasta abril de 1905. Creó, junto con Félix Callejas, la revista para niños La Edad de Oro (1904), de título homónimo al de la revista de José Martí. Su interés por las actividades periodísticas, en las cuales ya había incursionado desde 1899, lo llevaron a colaborar en las publicaciones Azul y Rojo (de la que fue director, en 1904), El Fígaro, Cuba Contemporánea, Letras, Archivos de la Policlínica, Revista de Medicina y Cirugía, El Comercio, La Discusión, La Noche, La Lucha (de la que fue nombrado subdirector en 1919) y Heraldo de Cuba. En colaboración con Alfredo Miguel Aguayo Sánchez, publicó, en 1906, la obra de texto escolar Estudios de la naturaleza. Dentro del campo de su profesión médica, publicó Los cálculos renales y su diagnóstico (1912).
Entre 1921 y 1922, trabajó directamente con el secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes. Como miembro del Partido Popular Cubano, fue candidato a representante por la provincia de Oriente en 1922. En 1923, fue reintegrado a su cátedra y nombrado secretario de la escuela, donde formó parte de una comisión para el estudio de las reformas del Reglamento General de Instrucción Primaria. En 1926, se le nombró director de la Escuela Normal y fue miembro fundador de la Academia Nacional de Artes y Letras.
Su vocación de pedagogo lo llevó a publicar varios artículos y ensayos en la revista Cuba Pedagógica para intentar definir el carácter del cubano y contribuir con ello a la toma de conciencia de sus defectos y vicios. En ese sentido, Miguel de Carrión llamó la atención sobre todo hacia los vicios de la educación generadores de características del cubano como la intermitencia de sus acciones, la falta de perseverancia, la poca concentración y la falta de discernimiento, concisión y originalidad: “la rutina arraiga tan poderosamente en nuestro espíritu, que en lo moral, lo político y lo económico la inercia es la ley esencial de nuestra vida y todo cambio de postura social determina un doloroso desperazamiento de los músculos estremecidos”. Relacionado con estas ideas, también entendía Miguel de Carrión que era difícil producir una obra literaria valiosa por su carácter reflexivo. Por eso, explicó en una carta fechada en 1903: “Para hacer una novela, requiérese una atención casi continua de varios meses y una labor casi incompatible con otro género de trabajo. De aquí se infiere que no es la novela sino el novelista el que no puede vivir en este ambiente. Además, el medio social resulta pobre; la vida pasional es poco complicada y de las impresiones recibidas, aquellas que la imaginación del autor puede reflejar al exterior son tan escasas y tan débiles que apenas bastan a satisfacer la necesidad de un cerebro de medianos alientos.”
Por otra parte, la vocación pedagógica y sociológica de Miguel de Carrión se volcó sobre todo hacia la condición social de las mujeres. En ese sentido, también en la revista Cuba Pedagógica publicó textos encaminados a llamar la atención sobre costumbres retrógradas que mantenían a las mujeres como seres dependientes e ignorantes. Esta será, durante toda su obra narrativa, una de sus preocupaciones más frecuentes. Tanto en sus cuentos como en sus novelas, Carrión se caracterizó por un raigal anticlericalismo, una preocupación por los conflictos psicológicos y por el mundo íntimo de la mujer, así como por la reflexión en torno a la sexualidad y a su repercusión en la conducta de los hombres.
Sobre su obra narrativa, se ha debatido mucho en cuanto a las posibilidades expresivas que hubiera tenido Miguel de Carrión si en lugar de entusiasmarse con la narrativa naturalista europea, hubiera elegido como compañías literarias a los narradores más atormentados de su tiempo, como Kafka, o a los más modernos en el trabajo con el lenguaje, como Hemingway. Sin embargo, no debe desestimarse que Carrión es un hombre de transición entre el siglo anterior y los albores del siglo XX, por lo cual su producción, enmarcada dentro de los intereses de la primera generación republicana, hubo de liberarse primero de los rezagos románticos o modernistas que todavía persistían en la narrativa cubana de principios de siglo XX.
Desde su primer volumen de cuentos, titulado La última voluntad (1903), Miguel de Carrión comienza a concebir al género con características muy diferentes a la novela. Esto será importante en un narrador de tránsito como él, puesto que la narrativa, y fundamentalmente el cuento, fue un género de desarrollo tardío en la literatura cubana. Sin embargo, será con sus novelas que Carrión alcanzará un mayor éxito de público, llegará a sus mejores resultados narrativos para convertirse en uno de los representantes más importantes de la novelística naturalista cubana de principios del siglo XX.
En la novela El milagro (1913), donde todavía se perciben algunos elementos de la narrativa romántica decimonónica, Carrión explora la pasión sexual que experimenta hacia su prima un joven que aspira a una carrera eclesiástica. Carrión acomete una crítica a la religión como instancia entorpecedora de la realización humana, así como a la moral como motivo de angustia e infelicidad para los hombres. A pesar de su intenso tono lírico, esta obra de Carrión fue valorada por Jesús Castellanos como una novela científica por la acuciosidad con que explora las motivaciones humanas más recónditas; asimismo, Juan José Remos y Rubio la valoró como novela ecléctica, donde se defiende que el corazón humano no es ni epicúreo ni cristiano, sino sencillamente humano.
Estas mismas preocupaciones y características aparecerán luego en una de sus novelas más connotadas, Las honradas (1917), la cual fue reeditada tan solo dos años después de su publicación primera, y luego nuevamente en 1920, a pesar de que algunos críticos recomendaron que se prohibiera su lectura a las mujeres. En esta segunda novela, Carrión ahonda específicamente en la psicología femenina a partir de varios personajes de caracteres fuertes y defiende la tesis de que a la felicidad no se llega a través del pecado, sino mediante el conocimiento de la naturaleza humana, del sexo, del amor y de la autenticidad de los sentimientos. De esta forma, tanto El milagro como Las honradas serán novelas deudoras de la narrativa naturalista europea de Emile Zola y de Vicente Blasco Ibáñez.
Con Las impuras, de 1919, Carrión vuelve sobre el tema de la pureza femenina y de los confusos límites de la ética y la moralidad, pero esta vez desde una perspectiva más tradicional. Pensadas como continuación una de la otra, Las honradas y Las impuras comparten algunos personajes y espacios, aunque la primera se desarrolla durante los primeros años de la República y la segunda más adelante, durante la Danza de los Millones (una época de bonanza económica provocada por los altos precios del azúcar a raíz de la Primera Guerra Mundial). Por otra parte, si la primera estaba protagonizada por ambientes y personajes de la clase media, en la segunda la atención se centrará en los bajos fondos de la sociedad, es decir, en el mundo de vicio y en los barrios más marginados.
La última obra narrativa de Carrión, La esfinge, apareció entre sus papeles inéditos y fue publicada póstumamente en 1961. Aunque se trata de una obra que repite intereses del autor, llama la atención que, en este caso, la historia es menos transgresora que sus primeras novelas, y mucho más pesimista en cuanto a las posibilidades de emancipación de la mujer. Amada Jacob es el nombre de la protagonista de esta novela, dando continuidad a una tendencia general de la obra de Carrión en cuanto a escoger nombres propios simbólicos para sus personajes –Victoria se llama, por ejemplo, la protagonista de Las honradas, puesto que sólo a través de la infidelidad llega a ser verdaderamente feliz y Teresa se llama la protagonista de Las impuras, en evidente relación con la vida sacrificada de la santa. Amada, que como muchas de las mujeres de Carrión no ama a su esposo, vive encerrada en un caserón del Cerro –una zona residencial característica de las familias coloniales que republicanas, y símbolo de la decadencia frente a la modernidad de El Vedado– y se debate entre serle fiel a su matrimonio o acceder a una relación ilícita. Cuando se decide por lo segundo, su proyecto fracasa porque ha sido contagiada con una epidemia que asola la ciudad. Amada no pudo consumar la infidelidad ni llegar a ser feliz, como sí lo hizo la protagonista de Las honradas, y su destino es mucho más cercano al fracaso final de la protagonista de Las impuras. Por eso la crítica ha advertido un “viraje violento” en la novelística de Carrión, una vez que sus primeras obras eran mucho más liberales y luego se hacen más provincianas y conservadoras.
Miguel de Carrión también dejó inconclusa, en los folletines de la revista Azul y Rojo, su novela El principio de autoridad.
Carrión falleció en La Habana el 30 de julio de 1929.
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